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Los pijos (Diario del Mundial #10)

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Los pijos (Diario del Mundial #10)

De bares, malas mujeres y cara de cuadrar caja

Ignacio Pato
Nov 30, 2022
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Martes, 29 de Noviembre de 2022

Weston McKennie, estadounidense de la Juve, pasa a octavos con su selección. Es uno de estos jugadores que suelen mirar al tendido con gesto de “hago esto sin esfuerzo”. Hasta Laudrup tenía tensión en la cara en sus pases. Ahora mismo no recuerdo si McKennie también masca chicle con indiferencia pero en mi cabeza lo hace. Contemporánea esa despreocupación fingida cuando estás cumpliendo un objetivo. El estadounidense tendrá una nueva oportunidad de secarse el sudor de las manos en el peto de un cámara, como hizo el otro día. No me lo quiero imaginar en un bar, donde ya sabemos que se establece una de esas clasificaciones humanas indispensables: si quieres conocer a alguien, observa cómo trata a los y las camareras. La variante sobre padres y madres es cómo deja que sus hijos o hijas pequeñas hablen con soberbia a alguien que está trabajando.

Son buenos días para lecturas sobre pijos. Ángeles Caballero firmaba un divertido reportaje sobre ese tipo de hombre que etiqueta personas o situaciones de una manera que siempre le haga parecer que se la está jugando. Magnifica su audacia. Así, en su cabeza un concierto de Carolina Durante es una locura despeinada. Liarse de cañas un martes es poco menos que ser un tupamaro del carpe diem y no desatender labores de padre o compañero. Mear en la calle con 42 cumpleaños y con estos, que ya sabes cómo son, cariño son unas risas y no lo que tiene en casa. Ir al registro mercantil con ideas peregrinas es emprender y no jugar a un yoyó que si toca suelo puede vuelve al calor de una familia con posibles. Las mujeres, como dice Caballero, por supuesto todas malcriadas, chulas y sobre todo peligrosas, que es lo que les sitúa a ellos como pobres faquires condenados a pagar mortificados su propio, irrefrenable y natural deseo.

Sano, sostenible y virtualmente inagotable: es un desastre ecológico que el desprecio al pijo no pueda funcionar como energía renovable. No conocí nunca a uno gracioso, no necesitan serlo. La chispa y la creatividad ha sido tradicionalmente el capital del sin padrino. Pocas cosas más insufribles que un niño bien haciendo cola, no se dio una buena coyuntura económica en la posguerra como para ahora tener que esperar. Fueron los que salieron a la calle en el barrio de Salamanca, que ya es el colmo del privilegio aburrirse en medio de una pandemia mundial. Son quienes para explicar por qué se vota lo que se vota en su urba pueden citar al Raphael más politólogo y su “qué pasará, qué misterio habrá, puede ser mi gran coche”.

Leyendo a Manuel Jabois me acuerdo de que a veces me han preguntado, en alguna librería, o en el Paleolítico en alguna tienda de discos, como si trabajase allí. Un cumplido. Eso es que estás tratando bien el género, mirándolo con los ojos de alguien a quien le va la nómina en ello. Un insulto para un pijo, trágico que se te haya puesto olor de albarán, pinta de inventario, cara de cuadrar caja, ese momento perverso en el que cuidas un dinero que no es tuyo. El estatus supongo que a veces funciona en algunas cabezas como una profecía autocumplida. Eso que algunos llaman hiperstición, una performance que acaba convirtiéndose en realidad. Un fíngelo hasta que lo logres y una vez lo hagas cierra con llave y no mires puto atrás. Y si asomas que sea para señalar tu nombre en la camiseta, escrito contra todos. Siente que el mundo te debe algo, envidiado, una víctima. Lo tuyo te ha costado. Ya eres uno de ellos.

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