Jueves, 24 de Noviembre de 2022
“He oído que acostumbra a haber una mañana siguiente, al día de mañana le dije ayer que no se niegue a amanecer”, cantaban Nueva Vulcano. Suena como lo que pudiera desear un jugador al retirarse. Está bien, hay cosas peores en la vida, pero no debe ser fácil ese abismo que se abre ante uno cuando tiene que empezar a levantarse sin que centenares de miles, quizá millones, de desconocidos estén pendientes de tu trabajo. Las redes sociales han venido a ser una especie de tentación para esa captación de la atención ajena que ya hemos visto abrazar a más de un exdeportista. Durante este torneo varios jugadores importantes tendrán el último gran foco sobre sus cabezas. No solo Messi o Cristiano Ronaldo, también alguna generación de oro entera, como en el caso de belgas o uruguayos. Hoy esta selección ha alineado por primera vez en la historia de los mundiales a cuatro jugadores de más de 35 años a la vez. Tampoco ha faltado a la cita la ya clásica pancarta de sus aficionados: “asado y vino”. Con perdón de la parroquia straight edge, icónica.
Ese Uruguay-Corea del Sur se jugaba en uno de esos estadios con nombres vacíos que tanto parecen gustarle al fútbol moderno: “Ciudad de la educación”. Suena a estación de metro abandonada, a videojuego Sims trucho. A sitio con una vida en la que cada cual va procurándose aquello que necesita calculando en el mejor de los casos cómo de contentos debe de tener a los demás sobre sí mismo. Parece un paisaje acorde con un Mundial que en lugar de celebrarse en un país lo hace en una urbanización. A la FIFA le encanta jugar a que crea un aséptico Estado paralelo, quizá en parte porque eso tiene algo de real. Es importante separar el decir del hacer, mucho más caro este que el primero. Lo vemos en los lemas, spots y campañas de la patronal del fútbol y sus constantes llamadas corporativas a poco menos que la paz mundial cada vez que hay un evento así. Ese machacón “el fútbol une”. Qué va a unir, si lo que hace es poner a competir a dos equipos, países, formas de ver el mundo si queremos, durante 90 minutos. Y qué bien que eso sea así, sobre un césped, y no en sitios más peligrosos e importantes.
A Iñaki Williams, que ha jugado con Ghana contra Portugal, le llaman allí Kweku. Es el nombre que se les da a los nacidos en miércoles. Cuenta que su abuelo le dijo que ahora, tras llegar a verle en un Mundial con esa camiseta, puede morir tranquilo. Iñaki, o Kweku, tomó una elección, por qué selección optar, de esas que pueden marcar biografías. Neymar también hizo una decisión cuando este otoño eligió apoyar a Bolsonaro, “dando la espalda a más de 30 millones de brasileños que sufren hambre y a los 120 que viven en el umbral de esta”, según ha escrito el exjugador Juninho Pernambucano, que también se ha referido a la coartada bolsonarista de lucha contra una “inexistente amenaza comunista”. El país que más copas del mundo ha levantado vive un debate sobre el simbolismo de su mítica camiseta, la canarinha, convertida por su expresidente ultraderechista en fetiche partidista. Tanto, que algunos partidarios de Lula da Silva prefieren la versión azul. No es la más urgente de ellas, pero parece que Brasil vivirá estos días la primera de las reconquistas que necesita.
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